Por: Verónika Alejandra Inclán Cazarín
Soy
estéril. Creí que no me importaba. Y hoy me brotó el deseo de ser mamá. Y no
puedo, no debo…
Sabía
cuál era el riesgo de mi decisión. Qué más daba. Si Alejandra me hubiera hecho
caso, creo que hubiera postergado unos años más mi cambio. Le amaba. Tenía esa
seguridad. Pero ella no me amo, o no se atrevió a amarme.
La
noticia que me hizo reaccionar y
saber que era el momento de un giro, me
la dio la última ocasión que la vi, hace unos años, en el mismo café donde le
manifesté por primera vez mis sentimientos. Ella llegaba de Playa del Carmen,
donde trabajaba, a ver a su familia en Veracruz. Pero también se dio tiempo
para verme.
Yo
estaba feliz. Quería saber las cosas que habían acontecido en su vida. Y más
que eso, si aún tenía una oportunidad con ella. Después de ponernos al día y de
grandes rodeos lo dijo. Salía con alguien. Sonreí y trate de mostrar
serenidad. La felicité y supe que ya era
la hora de pensar en mí. Alejandra estaba lejos, seguía lejos de mí.
Desde
la universidad la intente conquistar. Por extrañas razones y a pesar de la
atracción que teníamos nunca anduvimos. Se hizo novia de “Chente”. Después
regresó con su ex novio Clemente. Luego se enamoró de un compañero de su salón.
En
esos intervalos entre noviazgo y noviazgo parecía que estaría conmigo. Tenía
miedo de mí, y miedo de ella misma cuando estaba conmigo. Nos besamos
intensamente un par de veces. Lo disfrutamos, nos miramos, sonreímos y al final corría
asustada y me dejaba en el vacío. Esperando, siempre esperando…
Hasta
que ese día en el café comprendí. Ya no podía más. No era justo. No entendía.
Sabía quién era yo, ya empezaba a saberlo. Por ella hubiera hecho aún lado mi
autentica naturaleza. La felicidad se me escapó de las manos cuando Alejandra
me habló de su nuevo amor. Por ella hubiera seguido en mi papel. Siendo quien
fingía ser. Estando con ella estaría a gusto. Al menos sé que hubiera aguantado
años así. A muchos les extraña
actualmente que yo me enamorara de una mujer. Que le haya amado, que mi corazón
y alma hayan vibrado con su presencia, con su cercanía.
Medité.
Vi las posibles consecuencias del cambio que quería tomar. Quería enfrentarlas,
tenía que enfrentarlas. No me quedaba más que arriesgarme y acepté el desafío.
La medicación que iniciaría me dejaría estéril en gran medida. No podría dar mi
parte para procrear un hijo. Pensé mucho y deduje que traer un hijo en mi nueva
condición, sería una lucha constante, y no quería que ese ser inocente
padeciera por mi culpa. La sociedad no está lista. No me importaba lo que
dijeran de mí. Pero si me importaría si se lo dijeran a ese pequeño ser. Tenía
que ser responsable. No debía traer a un hijo para satisfacer mi necesidad
maternal. No era justo. No lo era. No lo es.
Empecé
con dosis bajas de antiandrógenos y estradiol. Tres meses y ya sentía los
cambios. Había cambios. Mis pezones empezaban a doler y crecer. A los seis
meses mis dosis ya eran un poco más
altas y mis tímidos senos me era difícil ocultarlos. Al año mi cuerpo tomo una
forma femenina, que se intuía ya debajo de mis ropas masculinas. A los dos
años, a pesar de las ropas de hombre todos me confundían con una chica. Ya era
imposible ocultar a la mujer que deje salir de mí. Mi aspecto era el de una
mujer.
Esto
ocasiono que me corrieran de mi trabajo. Todos me miraban sin dar crédito a mi
cambio. Algunos me preguntaban, otros solo me miraban con desprecio. Daba
igual. Porque si hubo quien me apoyo. Aunque aquellos que reinaban en el closet
de la diversidad sexual, fueron quienes en verdad se enfurecieron. No entendían
el por qué no me importara que todos supieran que era transexual. Uno de ellos
era el administrador Gustavo, que creía ser gay de closet – y digo creía, porque en la empresa todos
sabíamos que era gay, aunque él lo negara–. Otra, era la contadora Meche,
lesbiana, con su novia como secretaria, una mujer que ni la primaria había
terminado, pero que ella la colocó en la empresa para tenerla cerca. Ellos dos dispusieron correrme. Recorte de personal
alegaron.
Debí
enojarme y no lo hice. En cambio, vi en ello una oportunidad. Quemé mis últimas
ropas masculinas y me di la tarea de buscar trabajo como mujer. Era hora, tenía
que hacerlo. Me fue difícil. De algunos lados me llamaron por la curiosidad y
morbo. Mi curriculum tenía mi nombre actual, y en una nota al pie, aclaraba
cual era entonces mi nombre legal y mencionaba que era transexual. Obviamente
llamé la atención. Pero no todos son tan cerrados, pues pude conseguir trabajo
eventual. El primero en darme la oportunidad fue Gabriel, el dueño de una
productora de video. Soy muy buena camarógrafa y a él no le importa las ropas
que portaba, ni si había algo que no encajaba entre mis piernas.
Posteriormente,
Gabriel me recomendó para un nuevo proyecto de producción de video, en la
página web en un periódico. Acudí. Les urgía alguien. En pocas horas demostré
mis habilidades y quedaron muy satisfechos. Pensé que habría problemas al
presentar mis papeles. Mas no sucedió así. Se sorprendieron, pero ya había
demostrado mis capacidades. Me dieron la mano y me dijeron: “eres bienvenida,
aquí para nosotros eres una mujer”.
Ya
luego vino mi cambio de nombre, de manera legal por supuesto, posteriormente mi operación. El doctor que me
atendió me dijo que si quería, podíamos hacer unas pruebas para ver si aún tenía
esperma en mi semen, extraerlo y congelarlo para poder tener hijos en el futuro,
por medio de una madre de alquiler. Dije que no inmediatamente. Seguía en mi
posición. Sería muy irresponsable. Yo aguante muchas cosas antes de llegar a
ese punto, no quería que alguien más también las aguantara por mí.
La
operación fue un éxito total. Estaba feliz. Pero con ello también se iba la
ilusión de mi mamá de que recapacitara y pudiera hacerla abuela. Mi mamá, la
única de sus hermanos que no tiene nietos. La primera de 5 hermanos y la que
aún sigue sin nietos. La que teniendo posibilidades de ser abuela con los hijos de mi hermana, llora por
no tenerlos del que fuera su hijo mayor. Y mi hermana, con una enfermedad que
la tiene en medicación continua, no se quiere arriesgar. Dejar su tratamiento
puede mermar todo el deterioro que detuvo en su momento. No sabe si
arriesgarse, no quiere arriesgarse.
Soy
estéril, y no lo siento tanto por mí, sino por mi mamá. Porque sé que tiene todo
un amor contenido, que siempre guardó ante la ilusión de un nieto.
¿Adoptar?
No sé. Sería difícil. La sociedad no está preparada. Y no sé que sea mejor: que
un niño crezca solitario y triste en un orfanato (o en las calles), o con una
mamá diferente a las demás, por la cual muchos terminarían acosándole,
insultándole, maldiciéndole, perturbándole…
Pobre
de mi mamá. Pero más pobre la sociedad que por ignorancia actúa, y que no sabe
que es posible un mundo, con familias diferentes, con una mamá diferente.