Por: Alejandra Inclán
Las hojas del sauce donde solíamos sentarnos empiezan a caer. Llegó el otoño. Y mírame aquí solo. Sin ti no es lo mismo…
Vengo
a este parque por nostalgia. Te perdí.
Fue un descuido. Un prejuicio. Mi hombría. Mi falta de apertura.
Te
amaba. Nada debió importarme. Pero sí me importó. Yo quería hacerte el amor y
tú me rogabas que esperara. Pasaron tres meses para que mis ansias de sexo te
hicieran confesarte. “Quería que me conocieras primero”, me dijiste. Yo
intrigado no sabía a qué te referías.
¡Eres
un hombre! ¿Cómo no me di cuenta? “No soy un hombre, soy una mujer en un cuerpo
equivocado”, dijiste ante mi reacción ¿Cuerpo equivocado? Yo no entiendo de
eso. Para mí sólo hay hombre y mujer. Y tú eres un hombre. Por eso no
entiendo cómo puedo aún quererte. El
hacerlo debe convertirme en una especie de “mayate” o de homosexual, no lo sé.
Pero yo no sabía. Tu voz, tu cuerpo, tu forma de ser… Todo era perfecto. Cómo
intuir entonces ante tus cualidades femeninas, que eras un hombre, que eres un
hombre.
Te
extraño. Te metiste de apoco y a la vez rápidamente a mi corazón. Comprendías
mis aficiones, respetabas mis espacios, cuidabas mi economía. No me exigías
tiempo de más, comprendías mi proceder masculino, ¿cómo no lo ibas a comprender
sí eres hombre? Pero a pesar de comprenderlo actuabas como una mujer. Creo que
sí eres una mujer, mas no del todo, no de tu cuerpo, no de todas las partes de
tu cuerpo.
Quise
golpearte, hacerte pagar el engaño. No pude. A un hombre lo hubiera casi
matado, a ti aún te veía como una mujer en ese momento. Sin embargo aquello se
cortó y terminé sin saber qué hacer. Me marché para no hacerte daño.
¡Qué
estúpido fui! Cómo no serlo en esos momentos. No me llamaste y no te llamé. No
quería verte. Imagino que tú tampoco. Dije muchas cosas que te arrancaron
lágrimas. Prácticamente no dije ninguna
grosería –sólo al final–, pero vi como te dolía que te dijera “¡eres un hombre!”.
No
intentaste tocarme, abrazarme o besarme,
a pesar que con ello siempre lograbas ponerme romántico, bajar mis defensas y
hacerme cumplir algunos de tus sensatos caprichos. No recurriste a ello y te lo
agradezco, pues hubiera terminado arrepentido de mi posible reacción. Te miré
con desprecio y antes de irme te dije “¡maricón!”
Ya
un año de ello. Acabará el otoño y vendrá el invierno y mi corazón estará aún
más frío. Te quiero buscar, mas no me
perdono el daño que te hice. Sobre todo, no me perdono por haber dejado pasar
tanto tiempo para vencer mis prejuicios. Sí eres un hombre, es cosa que ya no
me importa. Quiero verte como una mujer. Romperé todos mis complejos, todos mis
miedos al qué dirán, el miedo a tener contigo intimidad. Tengo mucho que
aprender.
Iré
a tu casa. Espero me perdones. Espero no estés con alguien. Sé que debe haber
tipos realmente comprensivos… Ojalá ninguno haya aparecido.
Voy
por ti, no eres un hombre, ¡eres una mujer!…
Ha
comenzado a llover y me pierdo en las calles, en tu calle, en el camino que
nunca más creí recorrer.
Derechos reservados © 2013, Verónika Alejandra Inclán
Cazarín