El 24 de septiembre murió
mi primo Sergio. De mañana, como las 9:30 am sonó mi celular. Aún dormía. En el
identificador vi el nombre de mi hermana. ¿Qué querría tan temprano? Yo estaba
de vacaciones y levantarme tarde era un lujo que podía darme. Contesté y entre
llantos me dio la noticia. Sentí detener mi corazón. ¿Cómo era posible, él era
mucho más joven que yo?
Dudas resultas a medias
por mi hermana. Colgué y tomé asiento en mi sala pensando. Hacía tiempo que no vivía
una muerte en la familia y había olvidado la sensación, aunque nunca es igual y
menos en ese caso donde alguien menor muere.
La disyuntiva de hace
casi 9 años cuando murió mi abuelita paterna se me volvía a presentar: ir o no
ir. ¿Por qué? Vivo en el exilio desde que decidí vivir como realmente me
siento. Muchos sienten o creen que me autoexilie, y en una parte fue así, pero
por otra, con la condición de mis padres de sólo presentarme allá en el pueblo vistiendo
con ropas de mi anterior yo, es una forma de decirme: “De otra manera no vengas”.
He evitado el
enfrentamiento con mi padre por años, porque conozco su carácter y porque no sé
si valga la pena pelearme con él, lo que sí sé que ir y pelear en el contexto
de la muerte de un familiar es algo que no quiero pase la demás familia. El
problema entre mi papá y yo no debería trascender más allá.
No, yo no busco una
pelea, ni él. Sólo que cuando alguien no te acepta reaccionará y esa reacción
con el carácter que él tiene, irá más allá de un simple rechazo.
Cuando pude hablar con mi
mamá en ese día me preguntó si quería ir. Le dije que sí y ella me dijo que
buscara por ahí una camisa y un pantalón normal. No esperaba eso de ella. No
después que en todos estos años me ha visto y sabe que no hay vuelta atrás.
Sigue evitando un enfrentamiento, sigue temiendo una “desgracia”. Chingada
madre, son 9 años ya. ¿Qué hace falta?
¿Por qué la gente teme
tanto al cambio, sobre todo al cambio de los demás? Cambié. Dejé de tener la apariencia
de un chico, actuar como un chico y saqué lo que por años amortigüé, fingí y no
mostré por miedo al desprecio. Quizás ese fue mi error, no mostrarme desde
siempre. O no sé.
Una persona transexual no
tenía posibilidades de salir de un pueblo como el mío, estudiar una carrera y
realizarse en la vida. Así como muchas nací en una época equivocada. Aunque
esta segunda década del siglo XXI no ha superado del todo los prejuicios. Nadie
te perdona ser tú, cuando ese tú se sale de los esquemas que nos enseñan de
acuerdo a la biología que nos tocó.
El núcleo familiar es el
más importante para mí: papá, mamá, hermana y yo. Primos, tíos y abuelos son
familia, me aceptan, algunos tíos con cara de desaprobación, pero da igual. Me
han superado, me han aceptado. Y no es suficiente para mí. No quiero ir a
medias mientras me sienta apartada del núcleo. Me pregunto cuántas muertes más
se necesitan en la familia para que comprendan que no hay marcha atrás.
A veces me pregunto si ha
valido la pena lo que he luchado por mí, no por la marginación, sino porque así
como pasó con mi primo mi vida se extinguirá y me quedaré sin cuerpo, sin forma
humana. Seré espíritu y alma, en un mundo incierto, si es que existe, en el que
tal vez no haya cirugías, ni hormonas, ni ropa, donde nuestra conciencia sea la
que defina la esencia femenina por la que tanto he luchado por mostrar.
Escribo esto y me siento
mareada. Si no fuera por la escritura no estaría aquí. Las palabras me
mantienen viva y me dejan gritar lo que cara a cara no me es posible
manifestar.
Mi primo se ha ido, el
único primo que cada navidad me insistía para ir a casa de mi abuelita materna
a pasarla en familia. El primo al que le decía que no temiendo un encuentro con
mi papá y la incomodidad de mi mamá por el “qué dirán” de los vecinos. El primo
que me felicitaba por ser publicada en un libro de fotografía, por mi primer
libro literario, por lo cuentos que publico en mi blog o en otros sitios. El único
primo que siempre se acordaba de esta marginada. Él ya no está y no estará
cuando regrese un día al pueblo. Aunque tal vez nunca lo haga. Cada día que
pasa sigo perdiendo la esperanza.
Adiós primo, gracias por
hacerme ver que contaba contigo, y perdona porque nunca te agradecí en vida. No
estuve en tu velorio ni en tu entierro, pero Sergio, sabes que en mi corazón y
en estas palabras seguirás siendo eterno. Gracias.