Alejandra Inclán
Es imposible que el amor se pueda dar
entre un ave y un caballito de mar.
César Lazcano
Cómo no estar triste ante esto que me pasa. Ante mis defectos. Mis inhibiciones. Los rechazos. Mi sexualidad frustrada.
Cuando
tocaste mis manos y mi cuerpo vibró. Cuando me viste a los ojos y me dijiste lo
sensual que te parecía. No pude menos que bajar la cara y aceptar que todo eso,
por muy bello que pareciera, se desmoronaría.
Tú
creíste ofenderme y no era así. Yo sabía que a ti sí te ofendería. Que no me
entenderías.
Qué
más daba. No era la primera vez que me encontraba en una situación así. Tan
llena de éxtasis y dolor al mismo tiempo. Donde mi conciencia me arrastraba a
rechazarte, para luego herirme diciéndote lo que estúpidamente callé desde el
principio.
No.
No soy normal. Y odio eso. No es justo. ¿Por
qué sucedió? No me agrada. No, no puedo más con esta carga. Quisiera entender
el por qué y no hay respuesta válida. Nadie me entiende. Nadie que no sea de
“mi raza”.
Aún
con ello estoy apartada de todas esas personas “similares” a mí. Porque al fin
de cuentas no soy igual a ellas, ni tampoco a aquellos para quien la vida les
otorgó un ajuste perfecto.
¿Quién
soy entonces? Qué bloqueo tengo en mi mente. En mi sexo.
Te
das cuenta amor. Soy y no soy. Tampoco soy una ilusión. Soy real. Tangible. Lo
que tocas es y está. Pero lo que oculto de mí también existe. Disculpa. No te
lo pude decir de frente. Cómo hacerlo si moría de vergüenza. De impotencia. De
rencor hacia Dios.
“Estoy
incompleta”, te dije al teléfono. No entendiste. No te quise explicar.
Insististe en verme y fue el desastre total. Me tocaste. Primero el cuello.
Luego mis labios. Mi pelo. Mis senos. La ropa fue cayendo. Mi razón luchaba por
detenerte. Tú no ayudabas en nada. Mis sensaciones y necesidad de cercanía no
ayudaban. Hasta que te diste cuenta y la catástrofe apareció. Vi tu cara de
terror y morí con la angustia. Con la ropa en las manos corrí y solo acerté a
decir: “Perdona, te lo traté de decir”. Y hui lo más lejos que pude. Poniéndome
la ropa sin detenerme. Sin mirar atrás. Maldiciendo mi mal nacer. Mi tonto
deseo de una vida normal. De un novio normal.
Ya
no podía seguir intentado. No era justo para ellos o para mí. No podía seguir
así. El placer no está hecho para seres como yo. Con demasiado amor retenido.
Con un cuerpo tullido en lo sexual. Con cicatrices por lo que no fui desde el inicio.
No
me es posible continuar. No más. No hay amor para mí. No hay sexo normal para
mí. No hay alguien que me acepte porque ni yo misma he podido aceptar mi
¿anormalidad? Mi sexualidad. Mi vida. Mi alma. Todas ellas son materias
frustradas. No encuentro motivo para vivir. No si sigo viviendo castrada. Sin
saber lo que es el que se funda mi alma con otra alma, por medio del sexo. Por
medio de la alquimia sagrada de una relación libre de asco, morbo, curiosidad
insana, mentiras, odio...
No
quiero sufrir más. No voy a sufrir más…